“El arte
de los ruidos” fue escrito por Luigi Russolo en forma de carta dirigida al
compositor Francesco Balilla Pratella el marzo de 1913.
En Roma, en el Teatro Costanzi lleno de gente, mientras con mis amigos futuristas Marinetti, Boccioni, Balla escuchaba la ejecución orquestal de tu arrolladora Música Futurista, me vino a la mente un nuevo arte: el Arte de los Ruidos, lógica consecuencia de tus maravillosas innovaciones.
La vida antigua
fue toda silencio. En el siglo diecinueve, con la invención de las máquinas,
nació el Ruido. Hoy, el Ruido triunfa y domina soberano sobre la sensibilidad
de los hombres. Durante muchos siglos, la vida se desarrolló en silencio o, a
lo sumo, en sordina. Los ruidos más fuertes que interrumpían este silencio no
eran ni intensos, ni prolongados, ni variados. Ya que, exceptuando los
movimientos telúricos, los huracanes, las tempestades, los aludes y las
cascadas, la naturaleza es silenciosa.
En esta escasez
de ruidos, los primeros sonidos que el hombre pudo extraer de una caña perforada o de una
cuerda tensa, asombraron como cosas nuevas y admirables. El sonido fue atribuido por los pueblos primitivos a los dioses,
considerado sagrado y reservado a los sacerdotes, que se sirvieron de él para
enriquecer el misterio de sus ritos. Nació así la concepción del sonido como
cosa en sí, distinta e independiente de la vida, y la música resultó ser un
mundo fantástico por encima de la realidad, un mundo inviolable y sagrado. Se
comprende con facilidad que semejante concepción de la música estuviera
necesariamente abocada a ralentizar el progreso, en comparación con las demás
artes. Los mismos Griegos, con su teoría musical matemáticamente sistematizada
por Pitágoras, y en base a la cual sólo se admitía el uso de pocos intervalos
consonantes, limitaron mucho el campo de la música, haciendo casi imposible la
armonía, que ignoraban.
La Edad Media,
con las evoluciones y las modificaciones del sistema griego del tatracordo, con
el canto gregoriano y con los cantos populares, enriqueció el arte musical,
pero siguió considerando el sonido en su
transcurso temporal, concepción
restringida que duró varios siglos y que volvemos a encontrar ahora en las más
complicadas polifonías de los contrapuntistas flamencos. No existía el acorde; el desarrollo de las diversas partes no estaba
subordinado al acorde que dichas
partes podían producir en su conjunto; la concepción, en fin, de estas partes
era horizontal, no vertical. El deseo, la búsqueda y el gusto por la unión
simultánea de los diferentes sonidos, o sea, por el acorde (sonido complejo) se manifestaron gradualmente, pasando del
acorde perfecto asonante y con pocas disonancias a las complicadas y
persistentes disonancias que caracterizan la música contemporánea.
El arte musical
buscó y obtuvo en primer lugar la pureza y la dulzura del sonido, luego amalgamó
sonidos diferentes, preocupándose sin embargo de acariciar el oído con suaves
armonías. Hoy el arte musical, complicándose paulatinamente, persigue amalgamar
los sonidos más disonantes, más extraños y más ásperos para el oído. Nos
acercamos así cada vez más al sonido-ruido.
Esta evolución
de la música es paralela al multiplicarse de las máquinas, que colaboran por
todas partes con el hombre. No sólo en las atmósferas fragorosas de las grandes
ciudades, sino también en el campo, que hasta ayer fue normalmente silencioso,
la máquina ha creado hoy tal variedad y concurrencia de ruidos, que el sonido
puro, en su exigüidad y monotonía, ha dejado de suscitar emoción.
Para excitar y
exaltar nuestra sensibilidad, la música fue evolucionando hacia la más compleja
polifonía y hacia una mayor variedad de timbres o coloridos instrumentales,
buscando las más complicadas sucesiones de acordes disonantes y preparando
vagamente la creación del Ruido Musical.
Esta evolución hacia el "sonido ruido" no había sido posible hasta
ahora. El oído de un hombre del dieciocho no hubiera podido soportar la
intensidad inarmónica de ciertos acordes producidos por nuestras orquestas
(triplicadas en el número de intérpretes respecto a las de entonces). En
cambio, nuestro oído se complace con ellos, pues ya está educado por la vida
moderna, tan pródiga en ruidos dispares. Sin embargo, nuestro oído no se da por
satisfecho, y reclama emociones acústicas cada vez más amplias.
Por otra parte,
el sonido musical está excesivamente limitado en la variedad cualitativa de los
timbres. Las orquestas más complicadas se reducen a cuatro o cinco clases de
instrumentos, diferentes en el timbre del sonido: instrumentos de cuerda con y
sin arco, de viento (metales y maderas), de percusión. De tal manera que la música
moderna se debate en este pequeño círculo, esforzándose en vano en crear nuevas
variedades de timbres.
Hay que romper
este círculo restringido de sonidos puros y conquistar la variedad infinita de
los sonidos-ruidos.
Cualquiera
reconocerá por lo demás que cada sonido lleva consigo una envoltura de
sensaciones ya conocidas y gastadas, que predisponen al receptor al
aburrimiento, a pesar del empeño de todos los músicos innovadores. Nosotros los
futuristas hemos amado todos profundamente las armonías de los grandes maestros
y hemos gozado con ellas. Beethoven y Wagner nos han trastornado los nervios y
el corazón durante muchos años. Ahora estamos saciados de ellas y disfrutamos mucho más
combinando idealmente los ruidos de tren, de motores de explosión, de carrozas
y de muchedumbres vociferantes, que volviendo a escuchar, por ejemplo, la
"Heroica" o la "Pastoral".
No podemos
contemplar el enorme aparato de fuerzas que representa una orquesta moderna sin
sentir la más profunda desilusión ante sus mezquinos resultados acústicos. ¿Conocéis
acaso un espectáculo más ridículo que el de veinte hombres obstinados en
redoblar el maullido de un violín? Naturalmente todo esto hará chillar a los
melómanos y tal vez avivará la atmósfera adormecida de las salas de conciertos.
Entremos juntos, como futuristas, en uno de estos hospitales de sonidos anémicos.
El primer compás transmite enseguida a vuestro oído el tedio de lo ya escuchado
y os hace paladear de antemano el tedio del siguiente compás. Saboreamos así,
de compás en compás, dos o tres calidades de tedios genuinos sin dejar de
esperar la sensación extraordinaria que nunca llega. Entre tanto, se produce
una mezcla repugnante formada por la monotonía de las sensaciones y por la
cretina conmoción religiosa de los receptores budísticamente ebrios de repetir
por milésima vez su éxtasis más o menos esnob y aprendido. ¡Fuera! Salgamos,
puesto que no podremos frenar por mucho tiempo en nosotros el deseo de crear al
fin una nueva realidad musical, con una amplia distribución de bofetadas
sonoras, saltando con los pies juntos sobre violines, pianos, contrabajos y órganos
gemebundos. ¡Salgamos!
No se podrá
objetar que el ruido es únicamente fuerte y desagradable para el oído. Me
parece inútil enumerar todos los ruidos tenues y delicados, que provocan
sensaciones acústicas placenteras.
Para convencerse
de la sorprendente variedad de ruidos basta con pensar en el fragor del trueno,
en los silbidos del viento, en el borboteo de una cascada, en el gorgoteo de un
río, en el crepitar de las hojas, en el trote de un caballo que se aleja, en
los sobresaltos vacilantes de un carro sobre el empedrado y en la respiración
amplia, solemne y blanca de una ciudad nocturna; en todos los ruidos que emiten
las fieras y los animales domésticos y en todos los que puede producir la boca
del hombre sin hablar o cantar.
Atravesemos una
gran capital moderna, con las orejas más atentas que los ojos, y disfrutaremos
distinguiendo los reflujos de agua, de aire o de gas en los tubos metálicos, el
rugido de los motores que bufan y pulsan con una animalidad indiscutible, el
palpitar de las válvulas, el vaivén de los pistones, las estridencias de las
sierras mecánicas, los saltos del tranvía sobre los raíles, el restallar de las
fustas, el tremolar de los toldos y las banderas. Nos divertiremos orquestando
idealmente juntos el estruendo de las persianas de las tiendas, las sacudidas
de las puertas, el rumor y el pataleo de las multitudes, los diferentes
bullicios de las estaciones, de las fraguas, de las hilanderías, de las
tipografías, de las centrales eléctricas y de los ferrocarriles subterráneos.
Tampoco hay que
olvidar los novísimos ruidos de la guerra moderna. Recientemente el poeta
Marinetti, en una carta que me envió desde las trincheras de Adrianópolis,
describía con admirables palabras en libertad la orquesta de una gran batalla:
"cada 5
segundos cañones de asedio destripar espacio con un acorde ZANG-TUMB-TUUUMB
amotinamiento de 500 ecos para roerlo, desmenuzarlo, desparramarlo hasta el
infinito. En el centro de esos ZANG-TUMB-TUUUMB despachurrados amplitud 50 kilómetros
cuadrados saltar estallidos cortes puños baterías de tiro rápido Violencia
ferocidad regularidad esta baja grave cadencia de los extraños artefactos
agitadísimos agudos de la batalla Furia afán orejas ojos narices ¡abiertas! ¡Cuidado!
¡Adelante! qué alegría ver oír olfatear todo todo taratatatata de las
metralletas chillar hasta quedarse sin aliento bajo muerdos bofetadas
traak-traak latigazos pic-pac-pum-tumb extravagancias saltos altura 200 metros
de la fusilería Abajo abajo al fondo de la orquesta metales desguazar bueyes búfalos
punzones carros pluff plaff encabritarse los caballos flic flac zing zing
sciaaack ilarí relinchos iiiiiii pisoteos redobles 3 batallones búlgaros en marcha
croooc-craaac (lento) Sciumi Maritza o Karvavena ZANG-TUMB-TUUUMB toctoctoctoc
(rapidísimo) croooc-craaac (lento) gritos de los oficiales romper como platos
latón pan por aquí paak por allí BUUUM cing ciak (rápido) ciaciacia-cia-ciaak
arriba abajo allá allá alrededor en lo alto cuidado sobre la cabeza ciaak ¡bonito!
Llamas llamas llamas llamas llamas llamas presentación escénica de los fuertes
allá abajo detrás de aquel humo Sciukri Pasciá comunica telefónicamente con 27
fortalezas en turco en alemán ¡aló! ¡¡Ibrakim!! ¡Rudolf! ¡aló! aló, actores
papeles ecos sugerentes escenarios de humo selvas aplausos olor a heno fango
estiércol ya no siento mis pies helados olor a salitre olor a podrido Tímpanos
flautas clarines por todos los rincones bajo alto pájaros piar beatitud sombras
cip-cip-cip brisa verde rebaños don-dan-don-din-beeeé Orquesta los locos
apalean a los profesores de orquesta éstos apaleadísimos tocar tocar Grandes
estruendos no borrar precisar recortándolos ruidos más pequeños diminutísimos
escombros de ecos en el teatro amplitud 300 kilómetros cuadrados Ríos Maritza
Tungia tumbados Montes Ródope firmes alturas palcos gallinero 2000 shrapnels
brazos fuera explotar pañuelos blanquísimos llenos de oro srrrrrrrrr-TUMB-TUMB
2000 granadas lanzadas arrancar con estallidos cabelleras negrísimas
ZANG-srrrrrrr-TUMB-ZANG-TUMB-TUUMB la orquesta de los ruidos de guerra inflarse
bajo una nota de silencio sostenida en los altos cielos balón esférico dorado
que supervisa los tiros,,.
Nosotros
queremos entonar y regular armónica y rítmicamente estos variadísimos ruidos. Entonar los ruidos no quiere decir
despojarlos de todos los movimientos y las vibraciones irregulares de tiempo y
de intensidad, sino dar un grado o tono a la más fuerte y predominante de estas
vibraciones. De hecho, el ruido se diferencia del sonido sólo en tanto que las
vibraciones que lo producen son confusas e irregulares, tanto en el tiempo como
en la intensidad. Cada ruido tiene un tono, a veces también un acorde que
predomina en el conjunto de las vibraciones irregulares. De este característico tono
predominante deriva ahora la posibilidad práctica de entonarlo, o sea, de dar a
un determinado ruido no un único tono sino una cierta variedad de tonos, sin
que pierda su característica, quiero decir, el timbre que lo distingue. Así,
algunos ruidos obtenidos con un movimiento rotativo pueden ofrecer una completa
escala cromática ascendente o descendente si se aumenta o disminuye la
velocidad del movimiento.
Todas las
manifestaciones de nuestra vida van acompañadas por el ruido. El ruido es por
tanto familiar a nuestro oído, y tiene el poder de remitirnos inmediatamente a
la vida misma. Mientras que el sonido, ajeno a la vida, siempre musical, cosa
en sí, elemento ocasional no necesario, se ha transformado ya para nuestro oído
en lo que representa para el ojo un rostro demasiado conocido, el ruido en
cambio, al llegarnos confuso e irregular de la confusión irregular de la vida,
nunca se nos revela enteramente y nos reserva innumerables sorpresas. Estamos
pues seguros de que escogiendo, coordinando y dominando todos los ruidos,
enriqueceremos a los hombres con una nueva voluptuosidad insospechada. Aunque
la característica del ruido sea la de remitirnos brutalmente a la vida, el Arte de los ruidos no debe limitarse a una reproducción
imitativa. Esta hallará su mayor
facultad de emoción en el goce acústico en sí mismo, que la inspiración del
artista sabrá extraer de los ruidos combinados.
He aquí las 6 familias de ruidos de la orquesta futurista que pronto llevaremos a la práctica,
mecánicamente:
1- Estruendos, truenos, explosiones, borboteos, baques,
bramidos.
2- Silbidos, pitidos, bufidos.
3- Susurros, murmullos, refunfuños, balbuceos, gorgoteos.
4- Estridencias, chirridos, crujidos, zumbidos,
crepitaciones, fricaciones.
5- Ruidos obtenidos a percusión sobre metales, maderas,
pieles, piedras, cerámica.
6- Voces de animales y hombres, gritos, chillidos, gemidos,
aullidos, alaridos, risotadas.
En esta lista
hemos incluido los más característicos de entre los ruidos fundamentales; los
demás no son sino las asociaciones y las combinaciones de éstos.
Los movimientos
rítmicos de un ruido son infinitos. Existe siempre, como para el tono, un ritmo
predominante, pero en torno a éste, también se pueden percibir otros numerosos
ritmos secundarios.
CONCLUSIONES:
1.- Los músicos futuristas deben ampliar y enriquecer cada vez
más el campo de los sonidos. Esto responde a una necesidad de nuestra
sensibilidad. De hecho, en los compositores geniales de hoy notamos una tendencia
hacia las más complicadas disonancias. Al apartarse progresivamente del sonido
puro, casi alcanzan el sonido-ruido. Esta necesidad y esta tendencia no podrán ser satisfechas
sino añadiendo y
sustituyendo los sonidos por los ruidos.
2.- Los músicos futuristas deben sustituir la limitada variedad
de los timbres de los instrumentos que hoy posee la orquesta por la infinita
variedad de los timbres de los ruidos, reproducidos con apropiados mecanismos.
3.- Es necesario que la sensibilidad del músico, liberándose
del ritmo fácil y tradicional, encuentre en los ruidos el modo de ampliarse y
de renovarse, ya que todo ruido ofrece la unión de los ritmos más diversos,
además del ritmo predominante.
4.- Al tener cada ruido en sus vibraciones irregulares un tono general predominante, se
obtendrá fácilmente en la construcción de los instrumentos que lo imitan una
variedad suficientemente extensa de tonos, semitonos y cuartos de tono. Esta
variedad de tonos no privará a cada ruido individual de las características de
su timbre, sino que sólo ampliará su textura o extensión.
5.- Las dificultades prácticas para la construcción de estos
instrumentos no son serias. Una vez hallado el principio mecánico que produce
un ruido, se podrá modificar su tono partiendo de las propias leyes generales
de la acústica. Se procederá por ejemplo con una disminución o un aumento de la
velocidad si el instrumento tiene un movimiento rotativo, y con una variedad de
tamaño o tensión de las partes sonoras, si el instrumento no tiene movimiento
rotativo.
6.- No será a través de una sucesión de ruidos imitativos de la
vida, sino que mediante una fantástica asociación de estos timbres variados, y
de estos ritmos variados, la nueva orquesta obtendrá las más complejas y
novedosas emociones sonoras. Por lo que cada instrumento deberá ofrecer la
posibilidad de cambiar de tono, y habrá de tener una extensión mayor o menor.
7.- La variedad de ruidos es infinita. Si hoy, que poseemos
quizá unas mil máquinas distintas, podemos diferenciar mil ruidos diversos, mañana,
cuando se multipliquen las nuevas máquinas, podremos distinguir diez, veinte o treinta mil ruidos dispares, no para
ser simplemente imitados, sino para combinarlos según nuestra fantasía.
8.- Invitamos por tanto a los jóvenes músicos geniales y
audaces a observar con atención todos los ruidos, para comprender los múltiples
ritmos que los componen, su tono principal y los tonos secundarios. Comparando
luego los distintos timbres de los ruidos con los timbres de los sonidos, se
convencerán de que los primeros son mucho más numerosos que los segundos. Esto
nos proporcionará no sólo la comprensión, sino también el gusto y la pasión por
los ruidos. Nuestra sensibilidad, multiplicada después de la conquista de los
ojos futuristas, tendrá al fin oídos futuristas. Así, los motores y las máquinas
de nuestras ciudades industriales podrán un día ser sabiamente entonados, con
el fin de hacer de cada fábrica una embriagadora orquesta de ruidos.
Querido
Pratella, yo someto a tu ingenio futurista estas constataciones mías, invitándote
al debate. No soy músico de profesión: no tengo pues predilecciones acústicas,
ni obras que defender. Soy un pintor futurista que proyecta fuera de sí, en un
arte muy amado y estudiado, su voluntad de renovarlo todo. Y en consecuencia, más
temerario de lo que pudiera llegar a serlo un músico profesional, como no me
preocupa mi aparente incompetencia y estoy convencido de que la audacia tiene
todos los derechos y todas las posibilidades, he podido intuir la gran renovación
de la música mediante el Arte de los Ruidos.
Milán, 11 de marzo 1913.
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