En el mundo de lo auditivo existen dos experiencias que se distinguen
sutilmente: el sonido y el ruido. Ambas proceden de un fenómeno idéntico, las
variaciones en la presión del aire producidas por la vibración de un objeto,
como la cuerda de una guitarra al percudirse o un cristal al romperse. Estas
variaciones en el aire se propagan en una onda expansiva que llega hasta
nuestro oído, donde son interpretadas en el cerebro como una nota musical o el
quebrar de un cristal respectivamente.
Aquello que distingue ambos casos es la forma del conjunto de ondas: el sonido producido por la cuerda de una guitarra se
manifiesta mediante ondas regulares y definidas; el ruido producido por un cristal roto, en cambio, se
transmite en ondas irregulares.
En términos físicos esa es la única distinción entre sonido y ruido. No
obstante, el modo en que generalmente diferenciamos una experiencia de la otra
(así lo hacen, por ejemplo, las definiciones de los diccionarios) es algo más
subjetiva: el ruido, contrariamente al sonido, es desagradable.
El ruido se percibe negativamente, es algo no deseado, molesto. El ruido
interfiere en el silencio o en el sonido mismo, rompiéndolo. Igual que los
gases que emite el motor de un coche, el ruido que ese mismo motor genera es
también un residuo (acústico, en este caso). El ruido es accidental,
descontrolado, discrepante. Cuando una música no nos gusta la llamamos de
ruido.
Popularmente se entiende la música como lo contrario al ruido, la música
es sonido: es precisa, tiene altura y tono definidos, es controlable y la
producimos mediante instrumentos especialmente diseñados para moldear ese
material perfectamente mesurable. Bajo estos criterios el ruido es, entonces, ajeno
a la música e incluso contrario a ella.
No obstante, la concepción común del ruido entra en conflicto con la
definición física del mismo ya que, por ejemplo, cuando oímos la lluvia o las
hojas de un árbol mecidas por el viento nunca pensamos en ruido, aunque en
realidad (en términos físicos) sea
ruido. Con todo, el ruido merece una lectura más amplia que no sólo contemple
sonidos indeseados y desagradables.
Existen ruidos placenteros que siempre tenemos presentes (el oleaje del
mar, por ejemplo), de modo que sonido y ruido a menudo se entrelazan y son
difícilmente distinguibles. De hecho, así sucede con algunos instrumentos
musicales. Timbales o campanas, por ejemplo, emiten ondas irregulares, de modo
que realmente son más cercanos al ruido que al sonido
a pesar de que nadie niegue que sean instrumentos para hacer música. La voz
humana es también un ejemplo curioso ya que puede emitir el sonido de una nota
precisa al cantar, a la par que puede chillar y emitir ruido.
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